domingo, 13 de octubre de 2019

El fracaso de un despertar (a propósito de Mulholland Drive). Carla Bravo

 “Duerme mi pequeña no vale la pena despertar”
 (Chico Buarque, Acalanto, 1971)

Más allá de la red de sustituciones gestadas por la deformación onírica, que permiten armar una trama compleja, cargada de realizaciones de deseos para nuestra soñante fílmica en los 140 minutos de Mulholland Drive (Lynch, 2001), están esos momentos de corte, de encuentro, de “visión atroz, [que] designa[n] un más allá que se hace oír en el sueño” (Lacan, 1986, p.67) y que exigen el despertar. Retomo entonces la pregunta de Lacan, cuando se interroga por el no despertar de Freud ante la garganta de Irma: ¿por qué el sueño continúa hasta casi el final del filme?

Una chica que llega a Hollywood para cumplir su sueño de ser una gran actriz, y, como por arte de la magia deseante, todas las puertas comienzan a abrírsele: es vista, se reconoce su talento. Paralelamente, una mujer sin recuerdos aparece en su camino para acompañar la trama. Veremos que la desfiguración del sueño le ha permitido a Betty (Diane en la vigilia) despojar a esta otra de su éxito, en una identificación que se sustenta en el “fingir que somos alguien más”, semblante propio de su ser de actriz.



Sin embargo, y más allá de que el viento de la trama onírica sople en favor de Betty, algo de un orden distinto se filtra, para dar cuenta de que “el sueño no sólo es fantasía que colma un anhelo” (Lacan, 1986, p.67) : la otra mujer, la que ha perdido la memoria, la que toma de un afiche el nombre de Rita (por la famosa Hayworth) para no estar tan al desnudo, tendrá el papel de encarnar el enigma de lo femenino para la Diane que sueña. Un bolso con dinero y una llave azul la acompañarán en el misterio. Y una frase, a la manera de un diapasón, hará vibrar para Diane una sentencia a lo largo de su sueño: “Esa es la chica”, dicen una y otra vez unos personajes oscuros, negando cualquier alegato. No hay dialéctica posible. Este dictamen, que deja entrever algo de lo inasimilable del trauma, señala repetitivamente a la que sostiene el enigma: Camila, Rita mientras Diane sueña.

El trascurrir de este sueño, que se desarrolla entre estas dos vertientes, una sosteniendo a la otra, pero sin confluir, se topa entonces con dos momentos de horror, previos a que el despertar se materialice. Momentos en los que se pone en juego “…la carne que jamás se ve…la carne sufriente, informe, cuya forma por sí misma provoca angustia…” (Lacan, 1983, p.235).

En el primero, un soñante dentro del sueño de Diane ha regresado en su supuesta vigilia al escenario de una pesadilla que lo aterroriza: “vino a ver” al ser detrás del muro -especie de figura entre lo humano y lo animal- para no volver a soñar con él. El hombre no resiste la visión y se desvanece. Impresiona que aquí la estrategia del dormir estaría en el “ese no soy yo”, en la distancia ganada para que sea el otro el que enfrente lo siniestro y no se perturbe el sueño. Más allá de la angustia que comienza a movilizarse ante “…la revelación última de eres esto”, una escisión terminaría por inclinar la balanza hacia el “es lo más lejano de ti” (Lacan, 1983, p.235).

En el segundo momento, está el “vinieron a ver”: al rondar el misterio que es la presencia de Rita, llegan ella y Betty a una casa -que será en la realidad la de la soñante Diane- y se encuentran con el cadáver de una mujer en descomposición. De este choque con lo ominoso, Diane mostrará ya signos de la desintegración imaginaria que subraya Lacan en relación con la travesía de Freud en el sueño de Irma, de lo cual da cuenta la táctica onírica de sostenerse más férreamente en el terreno de lo especular, en el cual los personajes juegan a ser una el reflejo de la otra, y a completarse en el encuentro sexual.

Ahora bien, ¿el sueño de Diane continúa para que pueda perpetuar su pregunta por lo femenino, dejándola suspendida en el puro deseo de soñar, en el plano del encuentro fallido? O, por el contrario, ¿sigue soñando para llevar el encuentro con lo real al límite, a un punto donde el retorno al soñar es imposible? Curiosamente, si “…el único deseo fundamental en el sueño – [como retoma Lacan a propósito de Freud]- es el deseo de dormir [en tanto] lo que hay que suspender es esa ambigüedad que existe en la relación del cuerpo consigo mismo -el gozar” (2012, p.213); el rumbo que toma el sueño es distinto y se aproxima más a un despertar, donde el cuerpo, por lo demás, no deja de ser impactado. Y esto, en tanto la soñante ya no puede seguir eludiendo su confrontación con el goce que le es propio, y aquí la vía del enigma en torno a lo femenino, como acercamiento a lo real, toma totalmente la escena onírica.

Durante el sueño postcoital, Rita se ve sumida en una pesadilla, cuyo eco será el estribillo: “silencio, no hay banda, no hay orquesta, silencio”, que guiará a ambas mujeres, con su ritmo de repetición, hasta un teatro, donde un maestro de ceremonia agregará al “no hay” categórico, el “todo es una ilusión”. ¿Se ubica aquí el comienzo del fin de la ficción, ante una complementariedad que quedará desde ya negada, excluida? Precisamente en este momento del sueño, un temblor tomará el cuerpo de la hasta ahora impertérrita Betty, para dar cuenta de la fragmentación de Diane. Y justo en este punto de fragilidad de los semblantes, aparece en el escenario la cantante, que entona para desvelar ese misterio que da vida y sentencia a muerte al sueño: “sola y llorando”, nombre de lo insoportable para la soñante.  En efecto, este encuentro con lo real, representado por el negro vacío de una caja que es abierta con la llave que siempre fue de Rita, lleva a un cruel despertar, del que Diane no podrá recuperarse. Del sueño a la alucinación, y del terror al suicidio.

Si hay una pregunta que queda abierta a partir de Mulholland Drive, interrogándome desde el psicoanálisis, es precisamente la del destino de un despertar fuera de la experiencia de un análisis. Aun cuando ésta no ofrece la garantía de un uso distinto al de la tragedia para el despertar sin retorno, si abre la vía de un hacer diferente con él: es la que permitiría el sinthome.



Referencias bibliográficas
Lacan, J. (1983): El seminario Libro 2 (1954-55) El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. 1ª edición, 12ª reimpresión. Buenos Aires: Editorial Paidós SAICF.
---------- (1986): El seminario Libro 11 (1964) Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis. 1ª edición, 5ª reimpresión. Buenos Aires: Editorial Paidós SAICF.
---------- (2012): El seminario Libro 19 (1971-72) …o peor. 1ª edición, 2ª reimpresión. Buenos Aires: Editorial Paidós SAICF.
Lynch, D. (2001): Mulholland Drive. Les Films Alain Sarde, Asymmetrical Productions, Babbo Inc., Canal +, The Picture Factory.
Universal Picture: [Foto]. Recuperado de: http:/ https://www.ismorbo.com/verdadero-significado-mulholland-drive-david-lynch/

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